sábado, 31 de enero de 2015

Un avión en el Golden Gate



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Era un vuelo normal, demasiado rutinario, de los que no dan problemas. Despegaba del Aeropuerto Internacional de Oakland y su destino debía ser el JFK de Nueva York. Pero nunca llegaría. Claro que en aquel momento nadie lo sabía, ni las más de doscientas cincuenta personas a bordo, ni el controlador aéreo que mantuvo contacto con ellos en todo momento, ni las personas que desde tierra fueron testigos del vuelo del aparato. Nadie que ve un avión volando piensa que en ese momento pueda estrellarse.
El vuelo 1501 partió del aeropuerto de Oakland con toda la normalidad. El avión era un Boeing 737 que American Airlines había comprado recientemente a Aerolíneas Argentinas. Tras introducirle algunas mejoras, el aparato ya estaba listo para realizar viajes a de costa a costa en Estados Unidos. Llevaba un año prestando servicio para la compañía estadounidense sin dar el menor problema. Hasta la mañana de aquel día.
El despegue no dio problemas y los primeros minutos de vuelo tampoco levantaron ninguna alarma. Pero entonces el avión giró bruscamente y se dirigió hacia la Bahía de San Francisco.
-Vuelo 1501 -comunicó el controlador aéreo-. Acaba de realizar un cambio brusco de ruta según mi pantalla de radar. ¿Puede confirmar la causa?
-Negativo -notificaron desde el avión-. No hemos realizado ningún giro. Seguimos con la ruta normal.
-Negativo, vuelo 1501. En mi pantalla de radar aparece un cambio de ruta. Si no corrigen el rumbo encontrarán tráfico.
-No hemos cambiado de ruta, y no tenemos el menor indicio de tráfico.
El controlador empezó a desesperarse ante la tranquilidad del piloto y su negativa a cambiar de rumbo. Algo extraño estaba pasando.
-Necesito que contactéis con vuestros aviones -dijo el controlador a sus compañeros-. Si alguno está en la Bahía de San Francisco quiero que me diga si ve por allí un Boeing 737.
-¿Qué pasa, Phil? -le preguntó alguien con un ligero tono de broma-. ¿Has perdido un avión?
Pero Phil ignoró el comentario y se centró de nuevo en su pantalla de radar.
-Vuelo 535 -llamó-. Necesito que descienda inmediatamente. Un avión fuera de control se dirige hacia vosotros.
El vuelo 535 obedeció al instante. El choque fue evitado por poco.
-¿Qué coño ha sido eso? -preguntó el piloto del vuelo 535.
Pero Phil ya estaba demasiado asustado. La situación a la que se enfrentaba le resultaba demasiado familiar.
-Vuelo 1501 -llamó ya sin ninguna esperanza-. Está descendiendo a demasiada velocidad.
-Negativo. Mantenemos ruta, velocidad y altitud. Le sugiero que revise sus datos porque tienen algún fallo.
-Creo que tenemos un secuestro -dijo Phil al resto de compañeros-. Desviad todos los vuelos inmediatamente. Y aseguraos de que los tenéis localizados correctamente.

Visto desde la bahía, el Golden Gate era una maravilla arquitectónica. Pero ya no resultaba tan bonita si eras una madre somnolienta, atrapada en el coche en un atasco mañanero en el puente y con un crío hiperactivo en el asiento de atrás. Esa madre, que soñaba con un poco de acción que cambiase su monótona y aburrida vida ese día no sabía que su deseo iba a cumplirse de una forma terrible.
Primero se fijó en que varias personas salían de sus coches y corrían despavoridos. Ella no entendía ese comportamiento tan extraño. Pero entonces observó algo en el cielo. Ese algo era enorme, un avión que, desde el lado de San Francisco, iba directo contra el puente. Aunque al principio la mujer se vio paralizada por el absurdo de una situación que cualquier cerebro se vería incapaz de procesar, segundo después lo hizo. Salió del coche y abrió la puerta de atrás.
-Sal del coche -le ordenó a su hijo entre el miedo y el autoritarismo.
El niño no estaba por la labor de obedecer. Más bien parecía querer jugar con la paciencia de su madre.
-SAL DEL PUTO COCHE -gritó histérica.
Ahora sí que el niño obedeció. La madre lo cogió en brazos y corrió mientras detrás de ella se desataba el infierno.
El avión golpeó con su morro una de las torres, provocando su derrumbe. Esto condenaría posteriormente el puente al colapso. Los motores estallaron y las alas acabaron partiéndose. El resto del fuselaje cayó sobre el puente. Los tirantes del Golden Gate empezaron a soltarse, arrastrados por el avión o por la torre derrumbada. El avión era un misil que golpeaba el puente llevándose por delante coches y personas. Finalmente, se detuvo a pocos centímetros de la segunda torre. Pero el puente no aguantó lo suficiente y tras unos segundo de calma, se colapsó y el mar se tragó puente, coches, personas y avión.
La madre todavía abrazaba a su hijo cuando el vacío se abrió a sus pies. Lo abrazó con todas las fuerzas que tenía. Ni su hijo ni ella sintieron el golpe contra el agua. De alguna forma, eso era una bendición.

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(De la novela Lloverá fuego del cielo sobre vuestras cabezas)

2 comentarios:

Víctor Garijo dijo...

Esta novela hay que leerla. Es sublime.

Kurtz dijo...

Joer, acabo de ver este comentario. Muchas gracias por tus palabras.