viernes, 27 de septiembre de 2013

Avance de "Un ejemplo de desmemoria colectiva"

Ya falta menos. En pocos días verá la luz mi nueva novela, que llevará por título Un ejemplo de desmemoria colectiva. Mientras tanto, os dejo con un fragmento, para que vayáis abriendo boca. ¿Os atrevéis a conocer el futuro de España?

 Hace unos meses, un periodista definió el año 2014, y especialmente el último trimestre, como el año de las carreras. En cualquier redacción de cualquier periódico, revista, cadena de televisión o emisora de radio era fácil ver a alguien corriendo con papeles en la mano. Una noticia de ultimísima hora se había producido. Y así teníamos a periodistas corriendo de un lado para otro, moviendo contactos para confirmarla o desmentirla.
El 2014 fue también el año que cambió España; fue el año en que hasta lo más inverosímil podía suceder. En verano apareció un grupo terrorista conocido como CCC (Comandos de Ciudadanos Cabreados). Este grupo no tenía una ideología definida. Simplemente atacaban aquellas instituciones que consideraban causantes o culpables de la crisis. Atacaban principalmente bancos, sedes de partidos políticos y empresas pertenecientes al sector de la construcción. Al principio, los atentados se limitaban a pequeños artefactos caseros, pero rápidamente fueron capaces de atentados más grandes. Especialmente impactantes fueron los secuestros de tres altos directivos en diferentes puntos de España. Los tres fueron ejecutados de un disparo frente a una cámara y el vídeo fue colgado posteriormente en Youtube. En dos horas, el vídeo superó el millón de visionados y se llenó de comentarios, unos recriminando la acción, la mayoría aplaudiéndola.
Pero la noticia del año llegó en septiembre. La última semana de dicho mes, el rey Juan Carlos I anunciaba su abdicación. La sorpresa fue general, incluso entre los periodistas más cercanos a la Casa Real. La abdicación se hizo efectiva el 6 de octubre. Inmediatamente, su hijo ocupó el trono español bajo el nombre de Felipe VI. En su discurso de entronización, el nuevo rey afirmó que todos los españoles debían, en estos momentos tan duros para todo el país, luchar juntos codo con codo y solidariamente. Porque España, ante las desgracias se crecía y daba lo mejor de sí misma. Estas palabras casi sonaban a profecía, años después.
Los españoles aún no habían asimilado este cambio, cuando llegó otro. El Gobierno de Mariano Rajoy se vio incapaz de afrontar los escándalos de corrupción que lo asediaban. Tampoco era capaz de afrontar la crisis económica de forma efectiva. Así pues, se decidió a convocar elecciones anticipadas para el día 21 de diciembre.
Las elecciones no dieron un claro ganador. Las negociaciones tampoco lograron poner de acuerdo a ningún partido. Tras dos meses sin gobierno, el rey Felipe VI convocó a los partidos políticos con una propuesta: un Gobierno de concentración nacional. En este punto tampoco hubo acuerdo entre las diferentes fuerzas políticas. Todos acudieron a la llamada del rey, pero cada uno con propuestas diferentes. Sin embargo, la meta fue crear ese Gobierno de concentración, y eso fue lo que se creó: un monstruo de Frankestein político y bastante débil.
El Partido Popular (PP), que había recibido más votos, se hizo con la presidencia y los ministerios de Economía, Interior, Defensa, Fomento, Trabajo y Exteriores. El Partido Socialista (PSOE) se hizo con la vicepresidencia, con los ministerios de Vivienda, Hacienda, Justicia y Medio Ambiente, además de colocar un viceministro en Economía. Unión, Progreso y Democracia (UPyD) se hizo con los ministerios de Agricultura y Pesca, Industria, Educación y Sanidad, además de un viceministro en Economía. Los dos partidos nacionalistas mayoritarios, Convergència i Unió (CiU) y Partido Nacionalista Vasco (PNV), entraron en este Gobierno con un viceministro cada uno en Economía. La excusa de ambos partidos para entrar fue que querían vigilar que no se tocara la financiación de sus respectivas comunidades. La excusa de los socialistas y de UPyD fue la responsabilidad política y el bien mayor: España. El pacto también fue apoyado por otros partidos como Unión del Pueblo Navarro (UPN) o Coalición Canaria (CC). Otros partidos, como Izquierda Unida (IU), Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), Amaiur, Bloque Nacionalista Galego (BNG), Compromís y otros partidos del Grupo Mixto ni aceptaron entrar en el Gobierno ni lo apoyaron. Consideraban que el nuevo Gobierno les ataría las manos para obligarles a apoyar las mismas políticas que los años anteriores. El 3 de febrero Álvaro Bárcenas era elegido presidente del Gobierno.
Pronto quedó patente la falta de ideas nuevas del nuevo Gobierno. Se rebajó el sueldo mínimo. Pronto ser mileurista se convirtió en una utopía. Se eliminaron las indemnizaciones por despido, y se fomentó el empleo temporal y precario por encima del empleo fijo. Se crearon tasas por casi todo o se incrementaron las que habían, desde crear una empresa hasta ingresar en un hospital o acceder a un colegio público, pasando por las denuncias o las querellas. Incluso los turistas tenían que pagar una tasa de un euro. El IVA alcanzó el 25%, el IVA reducido el 20% y el IVA superreducido el 15%. Se redujeron las pensiones y el sueldo de los funcionarios. Gran parte de ellos fueron despedidos. Muchos hospitales y colegios e institutos fueron privatizados en un proceso que asemejaba a una muerte lenta y dolorosa plagada de torturas. Lo poco público que le quedaba al Estado fue privatizado en su práctica totalidad. Los impuestos sobre la luz, el agua, el gas, el tabaco o el alcohol subieron como la espuma. La situación era tal, que muchos hogares eran iluminados con velas para ahorrar y la gente iba a las piscinas para ducharse. Pero la economía mejoraba más bien poco. El paro se disparaba alcanzando cotas que superaban los años del 2008 al 2013. La Bolsa se desplomaba sin remedio y la prima de riesgo y el bono a diez años se disparaban como si no hubiera techo. Los desahucios se convirtieron en una emergencia nacional más que en años anteriores; además de que cientos de miles de familias tenían que vivir de la caridad y de la comida de los bancos de alimentos. Se batían récords de desahucios y cada vez más casas quedaban vacías.
Para colmo de males, nuevos casos de corrupción se sumaron a los que ya se conocían. España se había empeñado en volver a hinchar la pinchada burbuja inmobiliaria y reactivar el boom de la construcción. Y eso propició que de nuevo la corrupción regresara al país, manchando a políticos, empresarios y jueces amigos.
El descontento general de la población quedaba patente. Día sí y día también había una manifestación en la calle pidiendo la convocatoria de nuevas elecciones y un cambio en el sistema. Las ciudades pasaban gran parte del día paralizadas. Incluso en 2016 hubo dos huelgas generales de 48 horas cada una. Ambas huelgas tuvieron un seguimiento de un 80%. Tal fue su seguimiento y su éxito que ni los medios de comunicación públicos (lo único que no se había privatizado) ni los medios lameculos (afines, en el lenguaje periodístico) pudieron ocultar el éxito de las convocatorias. Los incendios sociales que habían recorrido la redes sociales durante los años anteriores ya se habían trasladado a las calles. Era rara la manifestación que no terminaba con incidentes, asaltos de bancos y carreras delante de la policía. En Valencia, durante un mes, los tranvías que pasaban por la zona universitaria no pudieron circular por la colocación diaria de barricadas. En Barcelona, los trabajadores del puerto lo mantuvieron paralizado durante dos semanas en las que se enfrentaron a la policía en un auténtico campo de batalla. En Andalucía, cientos de jornaleros ocupaban día tras día fincas de grandes propietarios. Muchos de ellos fallecieron víctimas de disparos de las fuerzas del orden. En Madrid, trabajadores en paro empezaron a ocupar fábricas abandonadas y a gestionarlas por ellos mismos. El movimiento, calco del que se dio en Argentina tras el corralito, acabo extendiéndose por gran parte de España. En algunos lugares, los antidisturbios de la policía despertaron y se unían a los manifestantes. Y no olvidemos al CCC, que intensificaba cada vez más sus atentados.
Este era el panorama con el que España llegaba al 2017.