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Era
un vuelo normal, demasiado rutinario, de los que no dan problemas.
Despegaba del Aeropuerto Internacional de Oakland y su destino debía
ser el JFK de Nueva York. Pero nunca llegaría. Claro que en aquel
momento nadie lo sabía, ni las más de doscientas cincuenta personas
a bordo, ni el controlador aéreo que mantuvo contacto con ellos en
todo momento, ni las personas que desde tierra fueron testigos del
vuelo del aparato. Nadie que ve un avión volando piensa que en ese
momento pueda estrellarse.
El
vuelo 1501 partió del aeropuerto de Oakland con toda la normalidad.
El avión era un Boeing 737 que American Airlines había comprado
recientemente a Aerolíneas Argentinas. Tras introducirle algunas
mejoras, el aparato ya estaba listo para realizar viajes a de costa a
costa en Estados Unidos. Llevaba un año prestando servicio para la
compañía estadounidense sin dar el menor problema. Hasta la mañana
de aquel día.
El
despegue no dio problemas y los primeros minutos de vuelo tampoco
levantaron ninguna alarma. Pero entonces el avión giró bruscamente
y se dirigió hacia la Bahía de San Francisco.
-Vuelo
1501 -comunicó el controlador aéreo-. Acaba de realizar un cambio
brusco de ruta según mi pantalla de radar. ¿Puede confirmar la
causa?
-Negativo
-notificaron desde el avión-. No hemos realizado ningún giro.
Seguimos con la ruta normal.
-Negativo,
vuelo 1501. En mi pantalla de radar aparece un cambio de ruta. Si no
corrigen el rumbo encontrarán tráfico.
-No
hemos cambiado de ruta, y no tenemos el menor indicio de tráfico.
El
controlador empezó a desesperarse ante la tranquilidad del piloto y
su negativa a cambiar de rumbo. Algo extraño estaba pasando.
-Necesito
que contactéis con vuestros aviones -dijo el controlador a sus
compañeros-. Si alguno está en la Bahía de San Francisco quiero
que me diga si ve por allí un Boeing 737.
-¿Qué
pasa, Phil? -le preguntó alguien con un ligero tono de broma-. ¿Has
perdido un avión?
Pero
Phil ignoró el comentario y se centró de nuevo en su pantalla de
radar.
-Vuelo
535 -llamó-. Necesito que descienda inmediatamente. Un avión fuera
de control se dirige hacia vosotros.
El
vuelo 535 obedeció al instante. El choque fue evitado por poco.
-¿Qué
coño ha sido eso? -preguntó el piloto del vuelo 535.
Pero
Phil ya estaba demasiado asustado. La situación a la que se
enfrentaba le resultaba demasiado familiar.
-Vuelo
1501 -llamó ya sin ninguna esperanza-. Está descendiendo a
demasiada velocidad.
-Negativo.
Mantenemos ruta, velocidad y altitud. Le sugiero que revise sus datos
porque tienen algún fallo.
-Creo
que tenemos un secuestro -dijo Phil al resto de compañeros-. Desviad todos los vuelos inmediatamente. Y aseguraos de que los tenéis
localizados correctamente.
Visto
desde la bahía, el Golden Gate era una maravilla arquitectónica.
Pero ya no resultaba tan bonita si eras una madre somnolienta,
atrapada en el coche en un atasco mañanero en el puente y con un
crío hiperactivo en el asiento de atrás. Esa madre, que soñaba con
un poco de acción que cambiase su monótona y aburrida vida ese día
no sabía que su deseo iba a cumplirse de una forma terrible.
Primero
se fijó en que varias personas salían de sus coches y corrían
despavoridos. Ella no entendía ese comportamiento tan extraño. Pero
entonces observó algo en el cielo. Ese algo era enorme, un avión
que, desde el lado de San Francisco, iba directo contra el puente.
Aunque al principio la mujer se vio paralizada por el absurdo de una
situación que cualquier cerebro se vería incapaz de procesar,
segundo después lo hizo. Salió del coche y abrió la puerta de
atrás.
-Sal
del coche -le ordenó a su hijo entre el miedo y el autoritarismo.
El
niño no estaba por la labor de obedecer. Más bien parecía querer
jugar con la paciencia de su madre.
-SAL
DEL PUTO COCHE -gritó histérica.
Ahora
sí que el niño obedeció. La madre lo cogió en brazos y corrió
mientras detrás de ella se desataba el infierno.
El
avión golpeó con su morro una de las torres, provocando su
derrumbe. Esto condenaría posteriormente el puente al colapso. Los
motores estallaron y las alas acabaron partiéndose. El resto del
fuselaje cayó sobre el puente. Los tirantes del Golden Gate
empezaron a soltarse, arrastrados por el avión o por la torre
derrumbada. El avión era un misil que golpeaba el puente llevándose
por delante coches y personas. Finalmente, se detuvo a pocos
centímetros de la segunda torre. Pero el puente no aguantó lo
suficiente y tras unos segundo de calma, se colapsó y el mar se
tragó puente, coches, personas y avión.
La
madre todavía abrazaba a su hijo cuando el vacío se abrió a sus
pies. Lo abrazó con todas las fuerzas que tenía. Ni su hijo ni ella
sintieron el golpe contra el agua. De alguna forma, eso era una
bendición.
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(De la novela
Lloverá fuego del cielo sobre vuestras cabezas)